Lunes y Martes inician siempre la semana laboral; pero cuando el conjunto de siete días recibe, por derecho propio y convicciones de fe, el calificativo de Semana Santa, parece que ambas jornadas discurren con más rapidez de la habitual y resultan para los medinenses menos monótonas.

Y es que los hombres de la villa “viven” ambas mañanas y sendas tardes, casi absortos y ensimismados en sus quehaceres, influidos por el deseo colectivo de ver llegar pronto esas santas noches, en las que, con prisa para llegar a la cita, se acercan a la iglesia de Santiago para participar en los “Rosarios de Penitencia”. Estos son, nadie lo dude, las representaciones religiosas más auténticas para quienes quieran “vivir”, de verdad y a secas, la Semana Santa.

Los Rosarios de Penitencia comenzaron su andadura en el año 1954, cuando un grupo de jóvenes decidió implicar a los hombres medinenses en pedir a Dios por el fin de la invasión de Hungría por parte de las tropas rusas.

Es una de las procesiones medinenses que mejor conserva el carácter austero de las celebraciones pasionales en Castilla. Nadie espere grandes pasos procesionales, sólo la imagen del Cristo de la Penitencia (Anónimo, siglo XVI) portada a hombros por jóvenes y hombres de Medina, sin cofrades, sin capirotes, en brazos del pueblo llano que ofrece un ejercicio de piedad y de religiosidad. Nadie pretenda oír cánticos novedosos o incorporaciones llamativas, que estas “vivencias” de fe se basan sólo, y ya es bastante, en la musicalidad alternante de los rezos del “Padre Nuestro” y el “Ave María”, que tal fue siempre y será, mientras el mundo sea mundo, la estructura de ese camino de rosas, llamado Rosario, y, por tanto, plagado de espinas, que tales son, y no otra cosa, inequívoca causa de penitencia.

Tres o cuatro voces masculinas salmodian los “Misterios” impares, y cientos de ellas, las mismas que hacen lo propio cuando de pares se trata, responden a aquellas, dándose ambas cumplida réplica hasta que todo concluye.

Con motivo de tales momentos de oración, Medina parece sumirse en devociones propias de tiempos pretéritos; los rezos y el silencio, con perfecta cadencia, se alternan y confieren a la noche el sonido que debe tener, si tiene alguno, el más allá. El paso de los orantes se acelera, que el Rosario es largo; los ecos de los rezos, que provocan las voces ordenadas, como sus dueños, en largas filas, aparecen en la noche. Respeto y calles vacías acogen su paso.

Las mujeres, que los “Rosarios de Penitencia” son cosa de hombres, dejan entrever su presencia en el movimiento de algún visillo que esconde estancias tan oscuras y sin luz como la propia noche. Algunas, las más atrevidas, pero discretas, bajan a las calles y ven el cortejo semiocultas desde una esquina o desde la penumbra de algún portal con luz escasa.

1957 es fecha clave, en dicho año, nuestra penitencial cofradía “restaura” y comienza a organizar estos Rosarios. Los recorridos son distintos, el lunes es algo más corto que el martes, por ello el primer día se realiza un cambio de portadores y el día siguiente son tres turnos los necesarios. Pero ambos días comienzan y finalizan en el mismo lugar, en el interior de la Iglesia de Santiago el Real, donde a modo de despedida se entona una Salve popular que estremece por su sobriedad.

Todo es recogimiento, todo es fe. Todo, rezo y plegaria que surge, suena y se distorsiona a la vez.

Horario: ambos días comienza a las 23 horas, desde la Iglesia de Santiago el Real, dónde también finaliza.

Recorrido del Lunes Santo: Plaza Santiago, C/Álvar Fáñez, C/Morejón, C/Doña Leonor, Plaza de San Agustín, C/San Martín, C/Almirante, Plaza Mayor, C/Bernal Díaz del Castillo, Plaza del Pan, Plaza Marqués de la Ensenada, C/Santa Teresa y Plaza de Santiago.

Recorrido del Martes Santo: Plaza Santiago, Ronda de Apóstol Santiago, C/José Zorrilla, C/Zamora, Avda. Portugal, C/Gamazo, Plaza Mayor, C/Bernal Díaz del Castillo, Plaza del Pan, Plaza Marqués de la Ensenada, C/Santa Teresa